sábado, 16 de julio de 2011

Diarios de viaje. Mar del Plata




I) Me calzo los auriculares de manera intempestiva, ajusto la bufanda y cierro la mochila. La avenida Colon me encandila con unos tibios rayos de sol, que se cuelan por entre sus innumerables edificios de departamentos. Hoy yacen vacíos, sus entrañas están desabitadas por multitudes que aparecerán recién cuando el sol muestre su potencia en este hemisferio. Me dispongo a buen paso a ir contra la arena, ver el mar argentino una vez más después de diez largos años. El viento azota mi cara, pero el escudo solar que inunda la tardecita y las ganas de reinventar en mi cabeza la ciudad feliz son más fuertes que el frió. La rambla está hermosa, los adolescentes se pasean surcando el firmamento en rollers, bicicletas y patinetas. Llevan poca ropa, aprovechando ese calor corporal tan propio de la juventud. Me percato de la existencia de un pequeño paseo de compras a la veda de la arena, me entremezclo entre la multitud y comienzo a caminar entre transeúntes que parecen hablar entre ellos. Mi mundo solo se rige por la fusión tanguera de la chicana, banda a la que voy a dedicarle una entrada completa. Realmente lo merece. Lo cierto es que la falta de sonidos externos y la posibilidad de musicalizar la realidad que uno camina hacen de la experiencia audiovisual un momento único.
Me detengo ante un puesto de libros, en él Galeano aparece desteñido, añejo, carcomido. Levanto al ajado intelectual uruguayo y por reflejo miro hacia delante. La mujer que tenia ante mí me mira. Le devuelvo la mirada. Se sonríe, me dirige unas palabras. No poseen sonido para mí, solo hay tango en el aire. La chica frunce el ceño. Dejo el libro de Galeano y pienso. ¿Me saco los auriculares y me adentro en la realidad o continúo en mi mundo y sigo viaje? Opto por la segunda opción.

II) Me entremezclo con la multitud que remonta la peatonal. Figuras disueltas que se esparcen por el firmamento en busca de algún nuevo objeto que adquirir. Las últimas zapatillas, el último celular, objetos y más objetos. Una adolescente desgarbada me mira. Su ropa no lleva la estética del último grito de la moda. Clava sus lacónicos ojos en los míos. Sabe que no soy de aquí. Sabe que todo lo miro como quien ve por primera vez esa vorágine turbulenta, ese ritual mecánico que los teóricos denominan mercado. Oferta por acá, demanda por allá. Consumo, consumo, consumo. Cualquier cosa. Algo que me permita pertenecer, algo que me disfrace y me permita demostrar que “yo” también estoy adentro. Ves, somos iguales. Yo también tengo las mismas zapatillas.
Pero la chica que me clavo la mirada es ajena a esta casería de objetos. Esta afuera de eso. La dejaron afuera. Esta excluida. Me sostiene la mirada. Avanzo hacia ella, como un poseso, como si existiese una especie de fuerza atractiva. Esos ojos inquisidores me quieren preguntar algo y esa pregunta no puede esperar. Es importante, le urge. Me resisto ha llegar a su lado. Se acaba el tango. Se acaba el mundo inventado, se frustra el caparazón. Hay que volver a poner los pies en el barro de la realidad, en las penurias, en el lodo de la historia. Estamos casi al borde de colapsar. Se detiene. Me saco los auriculares. Me inunda el bullicio, los vendedores ambulantes, los chicos que salen del colegio, la señora que no quiere comprarle a su hijo un juguete de algún nuevo dibujo animado. Trastabillo, el golpe es muy duro. Debería existir algún tipo de cámara descompresora que nos permita ir adaptándonos a la realidad de a poco. El cimbronazo es demasiado duro cuando se pasa de un momento a otro. En medio del reacomodamiento me llega una sola palabra: hambre. Levanto la mirada, esta la chica de los ojos desolados. Intenta ensayar una vez más el discurso que aparentemente yo no escuche en un primer momento. Ahora la escucho con lujo de detalles. No morfó. Si, utilizo esta palabra por que es la que mejor representa a las clases desposeídas, populares. No comen, morfan. Cuando tienen que nombrar un color siempre se deciden por el rojo, no por el colorado. Son el sustrato de la patria que muy de vez en cuando se subleva. La miro a los ojos y le pregunto que quiere comer. Un sanguche me responde. Le consigo el más grande que encuentro, una monstruosidad que deberían vender con una buscapina de regalo. Le robo una sonrisa, le hago un par de preguntas acerca de ella. Me responde sorprendida. Sépalo querido lector, a los desposeidos, lo primero que se les quita es la palabra. Es por eso que cuando uno formula una pregunta, muchas veces no es respondida o genera cierto resquemor al ser contestada.
Dejo a la niña encerrada en el cuerpo de mujer comiendo su única comida del día.

III) La calle esta cubierta por una bóveda de árboles que la encierran. En el fondo de la imagen la cúpula de una iglesia enmarca el cuadro de mi camino. La caída del sol comienza a teñir los bancos de la plaza Pueyrredon de diversas tonalidades ocre.
Llevo caminados alrededor de ocho kilómetros. Necesito un buen café para ordenar ideas, calentar el cuerpo y leer un rato. Busco alguno que me llame la atención. Acurrucado contra una vereda lo encuentro, se llama Dickens, un guiño para que entre. La luz es tenue, las mesas son pequeñas. Las paredes están abarrotadas de pinturas, aparentemente hechas por un artista local. Me siento en una mesa contra la pared que tiene forma de pupitre universitario. Pido un café con crema y un agua mineral. Saco el libro que me tiene trabado. Leer a Laclau no es de las empresas más sencillas en las que uno se va a ver involucrado. El análisis del populismo desde una perspectiva freudiana es interesante, me sumerjo en su lectura, buceo en profundidad, de pronto algo sucede. Llega el café. El barcito comienza a hacerse más concurrido. Una pareja se sienta enfrente a mí. Apenas se miran. De pronto ella saca una netbook, le pregunta al mozo por la clave para conectarse a Internet. El hombre ojea un diario, parecería estar a desgano. Me convenzo de volver a Laclau. Me cuesta, el vocabulario me es esquivo, tomo el café y leo. Pasado unos minutos agarro ritmo, miro de refilón el reloj visiblemente antiguo. Las agujas marcan las ocho y media. Hora de emprender el retorno.
La ciudad insignia de los derechos adquiridos resplandece bajo la luz de la luna. El plata esta intranquilo. Azota duramente la costa, su rompiente resuena atronadoramente contra la arena de la Bristol. Cuanto más hermosa es esta ciudad en invierno.             

8 comentarios:

  1. Muy lindo diario de viajes.

    Muy lindo lo de la excluida.

    Muy lindo lo de la cámara descompresora. Adhiero. ¿Dónde hay que firmar?

    Saludos.

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  2. No pude detenerme hasta llegar al final.
    Amé cada una de sus letras, y agradezco haber llegado hasta aquí. Supongamos que también reparé en el libro de Don Galeano, entré a Dickens y seguramente me detuve ante algún desposeído, que ud sí supo ver. Mar del Plata sabe mucho de mí y sus empedrados me han llevado a viajes mucho más internos que el de un viaje en sí. Nunca camino con música porque suele molestarme todo tipo de auricular pero le aseguro que mejor no me los puede haber vendido.

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  3. Me encantó y a la vez me emocionó pensar que en medio de tu paz, de tu música, de tu propio clima lograste percibir al otro, al que no miramos, al que siempre está. Lamentablemente no reparamos en ellos porque tal como vos bien decís "a los desposeídos, lo primero que se les quita es la palabra.". Que triste, que poco nos conectamos, tanta necesidad de comer y de relacionarse con el que por lo general los ve como un peligro latente.
    Gracias por tan lindo relato y seguramente no soy solo yo la agradecida.

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  4. Vuelvo otra vez, tu post me quedó dando vueltas. Todo se me volvió invisible hasta ayer. Y te digo otra vez gracias, hoy comemos dos.

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  5. Bueno, muchísimas gracias por los comentarios. Me pone muy contento que les parezcan interesantes los diarios de viaje. Debo admitir que mi entrada en el mundo del blog es muy reciente y tengo la mayoría de diarios de viaje, que no son pocos, en papel. Probablemente los próximos sean los de Paris, Berlín, Cuzco y Potosí entre otros. El de Mar del Plata es el más reciente.

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  6. ¿Nos sacaríamos los auriculares si ambos nos cruzáramos ojeando aquel mismo libro de Galeano? Oh, pero es que el mundo se tiñe de tantos matices diferentes cuando lo observamos con nuestra amada música danzando en nuestros oídos. Quizás nos hubiéramos encontrado en ese mismo café. Quizás ambos hubiéramos optado por sumergirnos en el libro de turno y quizás…quizás en algún diario de viaje nuestros destinos se entrecrucen. Sería interesante…

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  7. Es complejo ensayar una respuesta. En primer lugar no es necesario sacarnos los auriculares. Dependería de que tema hubiese interpelado nuestra alma en ese mismo momento para mirarnos el uno al otro. El café es, conociéndome, más improbable. Suelo estar bastante perdido cuando leo en un lugar público. Desarrolle una gran capacidad de abstracción, pero repito, dependería de que se estuviera leyendo. Por último concluyo que lo más probable es que la causalidad nos cruce. En el cruce de dos calles, en un tren, en un subte…me gusta la idea de aparecer en un diario de viajes, podría ser. En todo caso la mejor opción es no buscarnos y viajar, mucho, todo lo que se pueda. Solo así, creo, se libera lo mejor de uno. Sin embargo quiero recordar una frase brillante de una película maravillosa:

    “La felicidad sólo es real cuando es compartida” Into the wild.

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  8. Es, de mis películas preferidas. Y coincido: lo importante es viajar, viajar mucho, todo lo que podamos. ¡Me encantaría viajar tanto como vos! y quizás la casualidad, o la causalidad...o una canción...algún día, nos encuentre :)

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Susurros de otros mundos