Se cumplieron doscientos años de una de las mentiras más atroces de nuestra historia. Aparentemente varios historiadores se han puesto de acuerdo en hacernos creer que aquel 4 de marzo de 1811, enfundado en una bandera inglesa, se perdía al más incandescente de los hombres de mayo. Ya lo dijo su mayor opositor en la primera junta, Cornelio Saavedra, cuando se entero de lo sucedido y lo inmortalizo con una frase que bien pudo no haber salido de sus labios, pero que grafica a la perfección el espíritu de Mariano Moreno: “Hacia falta tanta agua para apagar tanto fuego”. Frase que ilumina cómo es una persona, que la pinta de cuerpo entero.
No desviemos el texto, la mentira aun circula impunemente en todos los ámbitos académicos. Poco se ha hablado de él en estos últimos días, los medios de comunicación estuvieron más preocupados por la libertad de expresión y la supuesta censura de un gobierno sobre la prensa libre. Me extrañó que no se lo citara, al menos, debido a su injerencia en la creación de la Gaceta de Buenos Aires. Le temen, no lo mencionan por miedo a ver sus ojos negros y su nariz aguileña. Prefieren olvidarlo, matarlo, enterrarlo en el fondo del océano, lo más lejos posible de su suelo querido. Sienten terror de que camine, nuevamente, por suelo argentino; de que tome un teclado moderno y desempolve los ideales de mayo, seguramente, aggiornados para las circunstancias actuales. Sin embargo él los ha engañado a todos, lo sé, porque lo vi con mis propios ojos.
Recuerdo que en los festejos por el bicentenario nacional lo vi en la esquina de Avenida de Mayo y Bolívar, llevaba un sobretodo largo, la mirada perdida en la multitud y el ceño fruncido: era el mismo que había visto en libros y manuales.
Me acerqué a su posición, caminando por una calle irreal, como cuando uno camina por un sueño. En ese instante me miró, bajó la cabeza y se fundió en la multitud. Lo busqué como un loco durante unos minutos, sin embargo no lo pude encontrar. Estaba realmente seguro de haberlo visto, era él. Su pelo ensortijado, su baja estatura, pero sobre todo, el fuego en sus ojos.
También me pareció verlo en La Quiaca , tomando un micro que se dirigía a Chuquisaca. Nuevamente intenté llegar a su posición sin poder concretar mi intento de charla. Las puertas del transporte se cerraron a mi llegada. El ruido del motor puesto en marcha me convenció de que mi destino era llegar siempre tarde.
Finalmente, el gran día llegó: lo vi una tarde de marzo con total nitidez. Yo caminaba por las inmediaciones de la cancha de Huracán, en Parque Patricios. La tarde era calurosa, ni una nube se vislumbraba por el horizonte. Miles de banderas se arremolinaban, varias eran las agrupaciones que caminaban hacia el palacio Adolfo Ducó. La alegría era parte del espectáculo, una algarabía creciente se materializaba para dar forma a una postal inmaculada, la expresión soberana de un basto sector de la sociedad.
Saqué mi cámara para retratar el instante que estaba viviendo. Enfoqué a una columna que venia cantando alegremente, con banderas rojas y negras, hice foco para garantizar la nitidez del retrato y para mi asombro lo encontré entre dos banderas. Su sobretodo largo no coincidía con la temperatura ambiente, sus ojos y su seño conservaban la misma intensidad de los anteriores encuentros. Bajé la cámara, y como un rayo, enfilé hacia su posición. Al llegar la desazón se apoderó nuevamente de mí, una vez más se me había escapado. Me adentré en la columna de manifestantes como un poseso, yendo de un lado a otro, hasta que un hombre de unos cuarenta años me frenó en seco y me dijo: “¿A quién buscas?”. “A Mariano Moreno”, le respondí”. Mi interlocutor se rascó su tupida barba rala, sus ojos quedaron pensativos, finalmente me miro fijo, y sin ningún atisbo de gracia o sorna, me espetó en la cara: “Buscalo bien porque seguro que el muy guacho se esconde entre la gente”. Me palmeó el hombro, me sonrió y por ultimo me dijo, si lo encontrás decile que ya es hora de que salga. Miró a su columna y se dio cuenta que se alejaba. Me miró por última vez, y con un trotecito, se fue al encuentro de sus compañeros.
Esa tarde estuve pensativo, apuntando con el lente de la cámara todas las tribunas del estadio de Huracán, buscándolo sin resultados.
Pensé durante días y finalmente encontré una respuesta. Hay tiempos en donde las sociedades inician una discusión seria acerca de qué modelo de país quieren para su futuro. Momentos en donde los jóvenes se transforman en actores sociales que pugnan por construir una sociedad más justa. Épocas donde todo un continente comienza a tomar noción de su papel histórico y geográfico, de su importancia estratégica y el valor de sus recursos. Tiempos de rebelión contra lo establecido, tiempos de cambios.
Es durante esos momentos, cuando unos pocos creemos verlo caminando tranquilamente por diversos barrios de Buenos Aires o tomando intrépidos caminos para visitar las provincias. Aparece con su seño fruncido, con ese ardor que lo ha caracterizado tiempo atrás. Su presencia sobrevuela toda la ciudad, sus detractores, los que desdeñan el bien común por rentas extraordinarias, le temen. Pueden no verlo pero sienten que está ahí, saben que se esconde donde más le gusta, entre la gente de a pie, que camina entre ellos, escucha apaciblemente sus reclamos, sus inquietudes, sus necesidades.
Mariano Moreno nunca murió, permanece eterno entre el pueblo, sólo es visible cuando los sujetos se revelan: cuando toman la injusticia como propia. Toda su presencia se revela a ser olvidada, pelea, discute, no se da por vencido. Sus palabras siguen resonando en todo el territorio nacional, con la misma fuerza que hace doscientos años. Aunque algunos hayan vejado con cicuta su cuerpo, nunca podrán destruir sus ideas, y mientras ellas existan, el Robespierre del Plata seguirá caminando entre aquellos que más lo contienen, su pueblo.
Rodka
Te soy sincera, ¡me gustó muchísimo!, y me gustó muchísimo haberlo leído, en ésta época de mi vida, en la que -como puedo- me rebelo en contra de la injusticia, luchando por aquello que considero justo, optando por el grito en lugar del silencio y la comodidad del no hacer nada. Buscando el cambio pese a todos los obstáculos...y cuando observo, también lo veo ahí...en mis luchas...con su sobretodo y sus ideales...
ResponderEliminarSon muchos los que creen verlo en estos tiempos, será que algo cambia en la mentalidad de los pueblos…
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