viernes, 10 de junio de 2011

Voces que retumban

Tal vez muchos ya no lo recuerden, pero hubo un tiempo en que los periodistas no tenían un titulo que los distinga como tales. No habían sido encarcelados tras las duras paredes de un claustro cuya única salida es la licenciatura.  Hubo un tiempo en que bajaban al duro pavimento a experimentar y sentir la realidad. Se rodeaban del entramado social. Interactuaban con él, dialogaban largamente con sus actores. Sentían la densidad del presente histórico, inhalaban los problemas y exhalaban largas parrafadas que tenían por objetivo poner en palabras el detalle del complejo entramado social.
Hacían de su vida un catalizador entre el acontecimiento que subyacía debajo del devenir diario de los hechos y lo que ocurría muy por encima de las cabezas de los peatones de la calle Corrientes. Buscaban la noticia ahí donde todavía estaba caliente. Asumían la injusticia como propia y mantenían el compromiso de encontrar una verdad que pudieran fundamentar con las pruebas del testimonio o la fuente fidedigna.
Hubo quienes viajaron en fríos vagones de tren hacia basurales recónditos donde pensaron que se encontraban escondidas las pistas de investigaciones tapadas de basura infamante. Los hubo, también, quienes revolvieron en la historia profunda de esta nación para hurgar en recónditos pasados gauchescos e intentar explicar desde ahí la lucha fratricida que inunda y desborda los confines de la patria.
Hubo también de los otros. Aquellos que hicieron propia la voz del opresor, del dueño, del patrón, del poderoso.
Estos nunca bajaron a ningún lado. Miraban desde iluminadas oficinas el devenir de los acontecimientos. Escribieron aquello que se les dictaba, utilizaron toda su capacidad a favor de quien no necesita excusarse por lo que hace, porque posee la seguridad de la impunidad que le otorga su poder. Solo buscaron cooptar opiniones para sentirse menos culpables, menos esclavos, un poco más bondadosos. Indagaron los métodos necesarios para legitimar un proceder injustificable. Buscaron naturalizar la vejación, el servilismo, la inacción y en ultima instancia, la muerte planificada.
Los “otros” han mutado a través de los años, se escondieron tras las faldas de gobiernos ilegítimos, acompañaron descaradamente a gobernantes democráticos y pusieron en evidencia, con un dejo de sorna, la ineptitud del Estado cuando todo se venia abajo en los turbulentos tiempos de las cacerolas y los helicópteros.
Hoy esconden sus discursos tras la objetividad académica. Se proclaman dueños de la palabra y hacedores de verdades ostentando títulos profanos sacados de las mejores Universidades que sus bolsillos pueden pagar. No hay en ellos el menor animo de conversar con aquellas sombras que caminan todos los días por las proletarias calles de Mataderos, por oscuros recodos de Colegiales, La noria y ni piensan en pisar todo aquello que exceda la barrera geográfica que implica el puente Avellaneda.
La realidad está ahí nos dicen, señalando las coquetas calles de Barrio Parque. Todo lo que pasa lejos de la civilidad de la avenida Libertador se adentra en los confines de la barbarie y su versión siglo XXI que representa la droga, la prostitución y el robo.
Hoy es su día, aquel que han inventado para regocijarse y colmarse de regalos que hacen alusión a la escritura. Se llenan de lapiceras que no usan, porque en su vida tomaron nota en una pequeña libretita de apuntes, en un oscuro bodegón de barrio con una confesión que fuera transgresora. Su osadía más admirable es haber encargado la última computadora portátil para tipear mejor los caracteres con los cuales llenar doscientas palabras incendiarias de puro potencial que luego pudieran vender al mejor postor.
Para todos ellos feliz día.
Para los primeros, aquellos que no están porque su voz y sus escritos fueron demasiado dignos para tiempos en los que ésta virtud escaseaba, solamente mis humildes gracias. Por jugarse de cuerpo entero, por entender que la realidad es aquello que pasa delante de los ojos de quienes son el motor productivo del país. Por no callarse nunca, por insistir y poner en juego su propia vida en pos de una idea. Por recordarnos de vuelta al mejor Moreno, al más incisivo Monteagudo. Por dejarnos creer que la verdad se construye dentro de los límites de la sociedad y por pensar siempre que pueden matar y vejar a una persona pero nunca podrán acallar una idea.
Para todos ellos que ya no están, gracias.

Rodka